La conferencia climática en Belém dejó compromisos débiles en combustibles fósiles, género, adaptación y financiamiento. Para las organizaciones de fe, el desafío ahora es fortalecer la incidencia y acompañar a las comunidades más afectadas.

La COP30, realizada en Belém do Pará, cerró con una mezcla de frustración y alerta. En un año marcado por temperaturas récord y comunidades de todo el mundo reclamando medidas urgentes, los gobiernos dejaron pasar la oportunidad histórica de avanzar hacia la eliminación de los combustibles fósiles, la principal causa del calentamiento global.
Más de ochenta países, liderados por Colombia, apoyaron la propuesta de avanzar en una hoja de ruta global para dejar atrás los combustibles fósiles. Algunos borradores iniciales incluían esa ambición. Pero no sobrevivió al texto final. La razón quedó clara: la presión de países petroleros y de los intereses corporativos que operaron para frenar cualquier mención a una transición real. Este retroceso, en un contexto de urgencia climática, es un mensaje profundo y preocupante: los intereses económicos siguen pesando más que la evidencia científica y el clamor de los territorios afectados.
Una semana de esperanza, otra de retrocesos
Durante la primera semana, Brasil presentó el Mutirão, una plataforma que prometía decisiones robustas en cuatro frentes clave:
- Mayor ambición en adaptación
- Metas claras en deforestación
- Aceleración de la transición energética
- Financiamiento climático sólido
Todo indicaba que la COP30 podría dejar un legado significativo. Sin embargo, al avanzar la segunda semana, las negociaciones se cerraron, la transparencia se redujo y los textos se diluyeron. Lo que parecía un punto de inflexión terminó convertido en un conjunto de acuerdos mínimos: Se triplicará la financiación para adaptación… pero recién para 2035, muy lejos de lo necesario. El fondo de Pérdidas y Daños se activó con montos insuficientes frente a las pérdidas reales de los países vulnerables. No hubo acuerdo para eliminar los combustibles fósiles, y el enfoque de género quedó debilitado, sin financiamiento específico y con un claro retroceso respecto de avances previos.
Por qué esto afecta tanto a nuestra región
América Latina es uno de los territorios donde la crisis climática tiene impactos más profundos: incendios, sequías prolongadas, inundaciones, desplazamientos forzados, pérdida de biodiversidad y afectación directa a poblaciones rurales, pueblos originarios y mujeres —quienes cargan de manera desproporcionada con los efectos sociales y económicos.
Frente a esa realidad, lo ocurrido en la COP30 no es solo una discusión diplomática sino que tiene consecuencias concretas para las vidas de millones de personas.
Una decisión pendiente: poner primero a las personas y el planeta
Desde Hora de Obrar y las organizaciones de fe presentes en la COP30 creemos que lo que quedó claro en Belém es que los intereses extractivos siguen dominando la mesa. Por eso, más que nunca, es imprescindible fortalecer una incidencia colectiva que ponga en el centro la vida y los derechos de las comunidades.
Pese a los retrocesos de la COP30, hubo un espacio donde la esperanza se mantuvo firme: la Cumbre de los Pueblos y el Movimiento de Afectados por Represas (MAB). Allí, comunidades, organizaciones de base, iglesias y movimientos sociales compartieron análisis, luchas y propuestas para un futuro justo.



En esos espacios, no hubo silencios impuestos ni negociaciones a puertas cerradas: hubo memorias, cuerpos presentes, y una convicción compartida de que la justicia climática se construye en red, y con un profundo sentido de comunidad.
La transición justa, el respeto a los territorios, la defensa del agua, la agroecología, la reforestación y las políticas con enfoque de género no pueden quedar relegadas por decisiones tibias.
La tierra clama por un compromiso ético, político y espiritual. Por eso las comunidades de fe reafirmamos nuestro compromiso de continuar trabajando por un presente y un futuro más justo, equitativo y con justicia climática:
- Apoyando transiciones agroecológicas en los territorios.
- Defendiendo el agua como bien común y derecho humano.
- Sosteniendo la reforestación con especies nativas, cuidando la casa común.
- Acompañando a mujeres, juventudes e infancias que ya sufren los impactos de la crisis.
- Alzando una voz profética frente a los modelos que destruyen la vida.
La COP30 terminó, pero el trabajo real, el que transforma territorios, fortalece comunidades y cuida la Creación, continúa.