Queridos hermanos, queridas hermanas
En las últimas semanas se ha vuelto cada vez más evidente que estamos atravesando un tiempo excepcional. Que ya no es posible seguir haciendo lo que siempre hicimos como si todo fuera igual. Necesitamos mirar a nuestro alrededor, escuchar, poner en oración y repensar, incluso, cómo seguiremos siendo comunidad.
El tiempo de Jesús fue también un tiempo excepcional para ese pueblo que había caminado junto a Él, alimentados con panes, peces y Palabra de vida. Eran los testigos que anunciaban a viva voz la llegada de su Rey. Era la esperanza viva de los que siempre habían perdido, los que no tenían otra opción que quedarse en los márgenes de la historia.
Jesús los rescató al verlos con misericordia, al poner al ser humano por delante de la ley, al verlos desde la gracia en su necesidad, al reconocerles su dignidad y llamarlos hermanos y hermanas, hijas de un mismo padre, y al asumir las consecuencias de su Evangelio en favor de toda la creación hasta la cruz.
Como comunidades, también hoy, estamos llamadas a dar testimonio de la buena noticia de Cristo para toda la creación. Anunciar una y otra vez que la dignidad de las personas no es moneda de cambio de un sistema económico obsceno. Denunciar que la depredación de nuestros recursos naturales tiene consecuencias que afectarán terriblemente a las generaciones futuras y ya lo está haciendo. Estamos llamadas a proclamar que ante la excepcionalidad de estos tiempos se hace inevitable y urgente la solidaridad. Hay personas que necesitan ser sostenidas material y espiritualmente sin esperar nada a cambio. Es nuestra tarea cuidarlas y cuidarnos y transformar nuestro agradecimiento, ya no en hojas de palma y túnicas tendidas al paso de nuestro Rey, sino, en acciones diacónicas que vayan al encuentro de quienes, sin trabajo, están pasando necesidad; que cuiden de las personas que trabajan en salud, mal pagas, y sin insumos suficientes para enfrentar el COVID-19 o el dengue; que puedan refugiar o asistir a mujeres, niñas y niños en situación de violencia; acciones diacónicas que asistan física y espiritualmente a nuestros mayores y a las personas con discapacidad para que el encierro y la soledad no sean una carga insostenible. Es nuestra tarea, como comunidades diacónicas, compartir el pan y la oración en nuevas formas, pero en el mismo Espíritu.
Que el amor y la gracia de nuestro Señor Jesucristo nos sostengan en nuestro caminar como iglesias hoy y siempre, amen.
Pastor Peter Rochón
Presidente Fundación Protestante Hora de Obrar