En todo el mundo está retrocediendo, se achica el espacio para la sociedad civil y se hacen concretas las consecuencias de los discursos de odio. En el Día Internacional de la Democracia, Hora de Obrar comparte una reflexión para ayudar a entender de qué hablamos cuando decimos democracia y cómo podemos contribuir a defenderla.
Por Nahuel Gravano, politólogo, responsable de monitoreo de proyectos ambientales, Fundación Hora de Obrar
La agudización de la crisis ambiental nos amenaza como humanidad y como naturaleza toda. Las guerras aumentan día a día y su peligrosidad se torna más notable. El aumento generalizado de precios y del costo de vida deja de ser una costumbre solamente argentina. Los femicidios y los crímenes de odio no ceden. Son tiempos revueltos, donde también crecen y se consolidan los discursos de odio.
Los discursos de odio son expresiones públicas que buscan promover la discriminación, la deshumanización y la violencia hacia personas o grupos por su identidad religiosa, étnica, nacional, politica, racial o de género. Como consecuencia, se genera un clima social de intolerancia que, en ocasiones, puede generar prácticas violentas.
En una época donde la comunicación y la conectividad han tomado el centro de la escena, este tipo de discursos permean cada vez más en lo que decimos como sociedad y, también, en cómo actuamos. En Argentina, uno de sus efectos más claros que han tenido, es el atentado contra la vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner. Atentado que no tuvo peores consecuencias por detalles técnicos.
Pero el problema no es sólo comunicacional. El problema también tiene que ver con otras dimensiones. El crecimiento de la desigualdad social, la pobreza y la exclusión frente a modelos de éxito cada vez más inalcanzables para las grandes mayorías y los relatos meritocráticos, también son factores que influyen en la propagación de los discursos de odio.
La convivencia de realidades tan alejadas unas de otras nos impide empatizar, es decir, ponernos en el lugar del otro o de la otra. No nos permite entender cómo piensa y siente, cómo vive, por qué sufre o alegra, cuáles son sus deseos. Básicamente, nos diferencia en tanto personas que compartimos un espacio común. Por lo tanto, la igualdad, que es una de las bases de la democracia, comienza a horadarse. En consecuencia, la libertad, que es otra de sus bases, comienza a ser selectiva según la capacidad de acceder al mercado.
¿Democracia para qué?
Entre tanto, las sociedades siguen avanzando sobre consensos viejos, con problemas nuevos. Los consensos democráticos post dictadura crujen con el recrudecimiento de los conflictos sociales. El crecimiento e influencia de los medios de comunicación y redes sociales no parecen aportar demasiada tranquilidad a estos momentos de grieta sino, más bien, todo lo contrario.
Por lo tanto, surge la pregunta: ¿qué hacemos como sociedad democrática frente a los discursos de odio? ¿Podemos interpelar democráticamente a sectores de la sociedad que pretenden seguir profundizando la grieta? ¿Qué hacer con la intolerancia que promueven algunos sectores?
En términos generales, el consenso previo era que sí, que debíamos como sociedad ampliar los espacios democráticos para discutir y debatir en paz, promover la generación de consensos y llegar a conclusiones comunes, respetar los derechos humanos y disminuir la violencia. Sin embargo, muchos de los hechos relatados previamente entorpecen los canales de comunicación que debieran funcionar como puentes entre posiciones diferentes.
A esta situación, los discursos de odio vienen a añadir una violencia social que directamente ataca a quien piensa, vive o siente diferente. Estos discursos vienen promovidos y amplificados por los grandes grupos económicos y los medios de comunicación concentrados. Encuentran mucho eco en parte de la dirigencia política en general, por lo que rápidamente se ha instalado en amplios sectores de la población.
El descontento sociopolítico y económico es un factor fundamental para entender por qué hay tanta recepción de estos discursos. Estos apelan a sentimientos como el enojo, la bronca y el odio, que pueden surgir cuando la calidad de vida de las personas se ve perjudicada permanentemente. Apuntan a la repetición de conceptos una y otra vez dichos y escuchados, a que sean enunciados irreflexivamente, a que sin el menor análisis, pruebas o datos sean reproducidos y así consolidar una corriente de opinión creciente.
El problema es que, en algún momento, estos discursos pueden volverse un plan de acción, el cual tiene en sus fundamentos la violencia. Si alguien piensa, vive o siente diferente a mí, ¿vamos a dirimir esa disputa a los tiros y vamos a aceptar la intolerancia a cualquier costo?
El orden democrático está vigente, en principio, para que nuestras diferencias puedan ser trabajadas en un ámbito de paz, entendimiento, escucha y consensos. Así como también para garantizarnos ciertos pisos de igualdad social que permitan ese proceso.
Posibles salidas, caminos sinuosos
Si bien el panorama parece oscuro y el camino sinuoso, desde los amplios sectores de la población que buscamos una forma de vida plena, justa, equitativa, amigable con la naturaleza y en la que quepan todos las formas de amor, nos vemos en la encerrona de seguir tolerando a les intolerantes o de tomar acciones concretas.
Históricamente en la Argentina las salidas colectivas nos han dejado grandes lecciones que aturden por su vigencia. Frente a la dictadura, se reclama colectivamente memoria, verdad y justicia. Frente al hambre en las barriadas, se organizan comedores comunitarios. Frente a los incendios forestales, brigadas voluntarias de apoyo a los equipos de bomberos y bomberas. Frente a las inundaciones, montañas de donaciones solidarias.
Frente a los discursos de odio, entonces, es importante reforzar los espacios colectivos de debate, escucha y creación de consensos, que vuelvan a poner en el centro de la escena el valor de la sensibilidad humana, aquella que nos acercan a través del amor y la solidaridad en todas sus facetas. Aquellos valores que nos proponen superar el miedo, el enojo y el aislamiento. Aquellas virtudes que nos acercan a lo diferente y nos invitan a disfrutar la belleza de habitar un mundo tan hermoso en comunidad y compartido con otros y otras.