Cuando los imperios quieren más, y no paran hasta conseguirlo, la gente no para de sufrir. Esto era justamente lo más difícil. La lucha por la tierra entre los países vecinos ponía en peligro todo el tiempo a la gente, sobre todo, en el campo. Reflexiones sobre la historia de Ruth y Noemí.
Por el Pastor Jorge Weishein
Las especies del mundo en sus orígenes eran mayormente nómadas, las personas también. Básicamente esto era así porque el mundo no era de nadie, o en el mejor de los casos, sólo de Dios. En realidad, la gran noticia de nuestros días es la reducción de la biodiversidad de los
ecosistemas, la gran cantidad de especies en vías de extinción. Las personas estamos de paso, en viaje. Este viaje tiene códigos, para que lo podamos disfrutar.
Cuando los imperios quieren más, y no paran hasta conseguirlo, la gente no para de sufrir. Esto era justamente lo más difícil. La lucha por la tierra entre los países vecinos ponía en peligro todo el tiempo a la gente, sobre todo, en el campo. En la tierra siempre viven especies. La tierra nunca es inerte y jamás está deshabitada. La tierra es un ser vivo en constante transformación. Algunas personas cuando la habitan creen tener más derecho que todas las demás especies, incluso otros seres humanos. La lucha por la propiedad y el control de la tierra es siempre una lucha inmoral.
En el Antiguo Testamento, la historia de Ruth es la historia de un viaje, con sus sueños y contradicciones, sus idas y vueltas. Una de esas tantas historias desde que el mundo es mundo. La gente que vive en una tierra, trata de vivir bien, en paz, pero la situación del país y del contexto no ayuda. Los esfuerzos de la familia son insuficientes de cara a tantos frentes. Era necesario hacer algo al respecto y tomaron una decisión.
Esta historia empieza con una migración. Si tenemos en cuenta que en nuestros días migran unos 300 millones de personas por año en todo el mundo, esta es una realidad conocida. Pero esta historia empieza antes de conocer a Ruth. La historia empieza con Noemí y su familia. Ellos vivían en el campo, en la zona de Belén. Están cansados de los ataques y la guerra eterna entre su tribu y las tribus vecinas. La guerra es una peste crónica alimentada de egos perversos y sufrimientos espantosos. Pero, la gente del campo, es la más vulnerable porque está más aislada y es la que tiene más que perder porque vive de producir alimentos. Esto es un gran botín para cientos de hombres hambrientos. Los ejércitos devoran todo a su paso. No por nada la biblia compara los ejércitos muchas veces con una plaga de langostas. Las mujeres siempre fueron parte del botín. La guerra suele ser una cosa de hombres pero no de cualquier tipo de hombres. La guerra sigue usando costumbres de hombres abusadores y violentos. La necesidad de humillar y de hacer sufrir, y en este caso, la costumbre de violar, sigue siendo una estrategia de guerra.
Noemí conoció esta realidad en su tiempo, en su propio cuerpo, en su propia familia. Ella habló con Elimélec. Era preferible vivir en el extranjero como trabajadores informales que seguir sufriendo en su propio país como si fueran extraños. Ella, una mujer muy dulce y él una persona muy creyente. Ellos eran padres de dos hijos, Mahlón, que vivía enfermo, y Quilión, que nació muy débil. La situación familiar era precaria, los medios que tenían eran insuficientes y los problemas económicos y políticos en el país sólo trajeron dudas y cada vez más miedo. La incertidumbre los llevó a decidir migrar a un país vecino. Un país rico, un poco más estable y con más medios para poder vivir. En nuestros días, la mitad de las personas migrantes son mujeres, sin embargo, ellas tienen la mitad menos de posibilidades de encontrar trabajo que los varones.
Esta decisión es dura. Implica dejar su casa a algún pariente, su tierra, sus ingresos, sus familias, sus amistades, para ir a otro país a empezar de nuevo. En el origen, sus países eran pueblos hermanos, pero la historia los dividió en regiones distintas. El reino de Moab fue un enemigo histórico del reino de Judá. Las escrituras advierten permanentemente sobre el peligro de Moab y describen medidas extremas contra la tierra, los árboles, los ríos, las mujeres y los príncipes. Sin embargo, la familia de Elimélec se siente más segura viviendo y trabajando entre aquellos enemigos que sometida a la violencia y el hambre permanente en su propio pueblo.
La gente en Moab vive más tranquila y es un país próspero. El idioma es similar entre sus pueblos. Elimélec y su familia siguieron la tradición migrante del pueblo hebreo, un pueblo trabajador y nómada, trabajadores golondrina, que se ofrecían como changarines para distintos trabajos. La familia decidió ir al otro lado del Mar Muerto, cruzar Sodoma y Gomorra, y probar suerte.
Los imperios que conquistaron esta región palestina usaron siempre las internas entre los pueblos para alimentar las guerras entre ellos, pero a la hora de la conquista militar y su sometimiento económico, no tuvieron la más mínima compasión con ninguno de ellos. Esta historia trasciende las fronteras de estos pueblos y tiene algo para decir sobre la situación en estas tierras.
Las cosas no salieron como esperaban. Las condiciones de trabajo en Moab y la salud precaria se llevaron la vida de Elimélec en poco tiempo. Noemí tuvo que afrontar sola la vida con sus hijos en tierras extrañas. La vida como viuda con dos hijos pequeños en este país lejano fue muy diferente a sus sueños. Cuando sus hijos crecieron, Noemí logró que pudieran casarse con dos chicas jóvenes de Moab. Sin embargo, la salud de los hijos tampoco era la mejor, y la situación en la que vivían y trabajaban se llevó sus vidas, como la de su padre, pocos años después.
Así es como Noemí queda sola con sus dos nueras palestinas y necesita volver a recalcular para decidir cómo salir adelante. El valle del reino de Moab tiene ciudades opulentas; la tierra es rica en granos, frutos y ganado ovino, y también cuenta con una región montañosa desértica productora de salitre y minerales. Moab es una tierra de oportunidades. Sin embargo, la violencia y las desgracias que Noemí vivió en el extranjero la fueron endureciendo y amargando.
Ella decidió volver a sus tierras y dejar su destino en manos de Dios. Noemí liberó a sus nueras para que rehicieran sus vidas y juntó sus cosas para regresar a su país. Una de sus nueras, Orfá, escuchó a Noemí y decidió volver con su familia. Ruth, en cambio, admirada por la ternura, la fe, la cultura y la entereza de su suegra Noemí, decidió acompañarla y rehacer su vida con ella. Las jóvenes huérfanas no tenían a dónde regresar, y las jóvenes viudas no siempre tenían oportunidad de volver a casarse, menos aún si habían estado casadas con un extranjero.
Ellas llegaron a Belén y, cuando la gente vio a Noemí, no lo pudo creer: «¡Es Noemí!» Pero ella no sintió que tuviera algo lindo para contar. Resumió su vida como una serie de fracasos y pérdidas. Noemí, como tantas veces el propio pueblo de Israel, volvió del exilio a la tierra de la promesa y de la esperanza. Esta historia está grabada en la memoria de fe del pueblo de Israel. Es una historia ejemplar sobre la importancia de la solidaridad con las personas migrantes para poder rehacer una vida y vivir en paz.
Esta historia nos muestra que, en definitiva, todas las personas somos migrantes porque la vida en la creación es dinámica. Las personas somos parte de un ecosistema, una red de vida amplia que involucra a todo el contexto. Ni la identidad ni la integridad de una persona se definen por la propiedad de la tierra que habita. Ruth enseña sobre la convivencia en la diversidad cultural y religiosa. Es un llamado a escuchar la unidad de la tierra entre los pueblos.
El retorno del exilio vuelve la historia sobre sí misma. La historia cambia con la tierra. Los valles frutales de Moab, con sus tierras fértiles, sus ríos y sus fiestas, lejos de resultar dulces y felices, fueron amargos y tristes para Noemí y su familia. Ahora, Noemí llegó con Ruth a la aldea de Belén en tiempos de cosecha de cebada, en primavera, a finales de la época de lluvias, entre finales de marzo y comienzos de abril. La cebada se cosecha entre la fiesta de la Pascua judía y la fiesta de las Semanas. En la Pascua se celebra la liberación del pueblo de la opresión por parte de Dios, y en la fiesta de las Semanas se celebra la entrega de la ley a su pueblo para el cuidado de toda la creación. Ninguna de estas festividades es aleatoria para esta historia.
En la cultura bíblica, los tiempos de la tierra y la historia del pueblo con la tierra están integrados profundamente a la fe. De la misma manera, los nombres orientan los actos y el sentido de la vida de las personas y los lugares. Orfá regresó a su casa. Ruth, la compañera, se puso a disposición de la dulce Noemí. Elimélec («mi Dios es mi rey»), fallecido, muestra la anomia y el abandono en el que se encuentra el pueblo.
Ellas lograron salir de la situación de opresión en Moab y comienzan de nuevo en las tierras de la familia. Habían dejado sus tierras en manos de un pariente porque, en este tiempo, las tierras no se vendían; se heredaban por derecho familiar. Noemí volvió con su nuera y reclamó su derecho a vivir en su tierra. Pero esto implicaba respetar algunos pasos legales. Ellas debían ser integradas a la familia de su pariente, ya que no podían ser propietarias. Moab, en el imaginario judío, siempre fue sinónimo de vida licenciosa y objeto de los prejuicios más horrendos. Noemí volvió viuda a Belén y, además, regresó con una nuera viuda extranjera, nativa de Moab.
Noemí y Ruth tienen que lidiar con todos estos prejuicios. Noemí, seguramente, algo habrá hecho para que Dios le quite a su esposo y sus dos hijos. Ruth, además de mujer, es viuda, moabita, pobre, vive sola con una viuda judía, habla otro idioma, tiene otro tono de piel y es de otra religión. Sin embargo, ella deja a todo el mundo con la boca abierta.
Ruth sale al campo en plena cosecha a juntar un par de brazadas de cebada. La cebada se usaba para alimentar a los animales, pero ella espera poder preparar una comida para ella y su suegra. Ruth actúa conforme a la ley, pero además hace mucho más que eso. La ley tenía previsto que las personas necesitadas juntaran los restos que quedaban en el campo durante las cosechas, y los campesinos tenían la obligación de dejar una parte de su campo para la cosecha de viudas, huérfanos y extranjeros. Ruth trabajó todo el día bajo el rayo del sol para poder reunir la cantidad necesaria para alimentarse ella y su suegra. Su constancia y su compromiso llamaron la atención de todas las personas que estaban en el campo.
Ruth, una extranjera respetuosa de la ley y sumamente responsable, estuvo trabajando a la vista de la cuadrilla contratada por el capataz del campo ese día. Ruth se destacó por su esfuerzo y dedicación, y le llamó la atención a Boaz, el patrón y dueño del campo. Cuando Boaz reconoció a Ruth como la nuera de Noemí y de Elimélec, le brindó su protección, haciendo honor a su nombre. Boaz trató a Ruth como una más de la cuadrilla y le ofreció los mismos derechos de trabajo que las demás personas del campo. Ruth cosechó a la par de quienes estaban trabajando. A la hora de comer, Boaz la invitó a compartir con todos ellos y, al final del día, además le ofreció llevarse algo más de semillas para compartir con Noemí. Ruth extraña los sabores y los aromas de su tierra, pero trata de acostumbrarse a los alimentos de su nueva familia.
Ruth vio que Boaz era una buena persona y alguien en quien confiar. Ella se acercó a Boaz una noche para reclamarle su derecho a ser rescatada como compañera, por ser nuera de Elimélec. Boaz pudo haber aprovechado su posición de privilegio para abusar de la situación de vulnerabilidad de Ruth, ya que fue ella quien tomó la iniciativa: se acercó a su habitación mientras él dormía y se acostó a su lado. Ella le propone una relación de pareja.
Ruth tomó esta decisión junto con Noemí porque tenía una gran confianza en él. De este modo, expresó su deseo de estar con Boaz. Él confirmó su respeto y cariño por Ruth protegiéndola para que nadie pudiera lastimarla y defendiendo públicamente su derecho a ser rescatada.
Boaz se asombra del coraje, altruismo y piedad de Ruth, y la cuida de cualquier tipo de exposición social y maltrato público. El derecho al rescate les permitía poder vivir con Noemí junto con la familia de Boaz en el mismo campo. Boaz estaba encantado con Ruth y, además, agradecido con Noemí y Elimélec por la confianza que habían puesto en él todos esos años para trabajar sus tierras. Sin embargo, existía otro familiar directo que debía rechazar su derecho a rescatar a Ruth y a Noemí, y con ello renunciar a los derechos sobre la fracción de tierra familiar que Boaz había usado durante tantos años en concesión.
Ruth y Boaz tuvieron un hijo tiempo después y lo llamaron Obed, que significa “persona fiel”. Obed fue el abuelo de David, quien sería, muchos años después, rey de Israel. David, cuya familia se dedicó durante años a la vida pastoril, tuvo tierras y pasó a la historia de Israel gracias a su descendencia de una joven palestina rescatada por un judío de bien, capaz de romper con todos los estereotipos de su tiempo y respetar la ley con amor y fidelidad a Dios. Dada la tradición matrilineal de la identidad judía, el rey David era de origen palestino.
La historia de Ruth pasó a la Biblia como un ejemplo de integridad en medio de situaciones complejas e injustas. Cuando los hombres volvían con sus familias del extranjero, las leyes contemplaban su inclusión en la familia. Pero ¿qué pasa cuando quienes vuelven son mujeres solas, con sus familias diezmadas por la pobreza, las enfermedades y la opresión?
La falta de autoridades responsables con su pueblo, los conflictos armados y guerras interminables, las hambrunas y epidemias que desaparecen familias enteras, las conquistas que destruyen la creación con incendios y devastaciones, los abusos a los ecosistemas y las injusticias de gobiernos autoritarios debilitan las relaciones entre las personas y desconciertan a la gente.
La historia de Ruth enseña a respetar los tiempos de la tierra y la distribución de sus bienes para que todas las personas puedan vivir, la diferencia que hace el cuidado mutuo entre varones y mujeres, y la importancia del respeto entre personas independientemente de su cultura y religión.
En la actualidad, 120 millones de personas han tenido que migrar a causa de la guerra para proteger sus vidas y buscar refugio. El 40% de esta población son niños y niñas. Asimismo, el 80% de las personas desplazadas por desastres relacionados con el clima son mujeres, pero quienes discuten estos temas son mayormente varones. Las mujeres y las infancias son las más afectadas por el cambio climático, lo que profundiza las desigualdades debido a la falta de infraestructura y condiciones en los pueblos más pobres.
El respeto de la ley protege el equilibrio de toda la creación. Por eso, la justicia climática es un problema ético y político global que comprende tanto la movilidad de las personas como la dinámica de los ecosistemas afectados por la acción humana.