La Casona, El Sembrador, ASE San Fernando y Casa San Pablo integran una red que acompaña cotidianamente a unas 260 familias en contexto de vulnerabilidad social. Cómo surgieron, dónde están y cómo trabajan los espacios comunitarios del conurbano de la provincia de Buenos Aires.
En Argentina, la pobreza nunca bajó del 25% de la población desde 1983 y en la actualidad se ubica en torno al 42%, según el último dato disponible del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec). En este marco el 22% de los hogares urbanos se encuentra en situación de inseguridad alimentaria, según la Universidad Católica Argentina.
En este contexto de pobreza estructural, agravado por la pandemia de COVID 19, son los centros barriales y las organizaciones de base las que cubren las demandas sociales que el Estado no garantiza. Son espacios clave en la búsqueda de estrategias populares y propuestas de desarrollo alternativas.
La Casona, en Florencio Varela, El Sembrador en Ezeiza, ASE en San Fernando y Casa San Pablo en Bella Vista contienen y apoyan a unas 260 familias bonaerenses.
Durante la pandemia, estuvieron junto a las familias para responder a las necesidades más urgentes de alimentación, artículos de higiene y ropa. El apoyo a niños, niñas y jóvenes para sostener la escolaridad virtual, fue fundamental. Pero también la contención psicosocial de las familias, el poder sostener un espacio comunitario de pertenencia y referencia con celebraciones, con talleres y otras actividades orientadas a generar proyectos de vida autónomos, promover la participación y el acceso a derechos.
La Casona. Foto: Brenda Zacarías
Cada centro construyó protocolos para garantizar actividades presenciales, a medida que la situación epidemiológica lo fue permitiendo. De este modo, hoy en día, ASE ya recibe niños, niñas y adolescentes todos los días. Ya pueden ensayar instrumentos y, hace poco, por primera vez, se reunió a tocar la orquesta juvenil. En Casa San Pablo se retomaron los talleres y el apoyo escolar con niños, niñas y jóvenes. En La Casona funcionan los espacios de niñez al aire libre, volvieron los talleres para adolescentes y las clases de taichi para mujeres y adultos mayores. Y también el Sembrador recibe niños y niñas para compartir talleres de música, expresión corporal y juegos al aire libre. Además unos 25 niños y niñas de cuatro y cinco años asisten allí al jardín. Los grupos de mujeres, en todos los centros, han vuelto a las reuniones presenciales.
Los cuatro centros son espacios comunitarios de la Iglesia Evangélica de La Plata (IERP), cuyas congregaciones tienen una larga tradición de acción social. Desde 1983, al ritmo de la profundización de las desigualdades estructurales tras la última dictadura, fueron apareciendo estos centros, impulsados por comunidades de la Iglesia y/o pastores y estudiantes de teología. Años más tarde se fueron organizando en red; “Misión Urbana», abreviado como «MisUr», surge producto de este recorrido de trabajo junto a las comunidades barriales, hace más de 20 años.
Desde una perspectiva teológica latinoamericana, MisUr entiende que la injusticia, la exclusión y el sufrimiento no son voluntad de Dios y que estamos llamados a transformar esta realidad. Por eso, ven en la organización comunitaria una estrategia de transformación social para que niños, niñas y adolescentes sean verdaderos protagonistas de sus vidas y plenos sujetos de derechos.
Esta tarea es acompañada por la Fundación Hora de Obrar con el objetivo de fortalecer las redes comunitarias, generar instancias de participación social, brindar herramientas para consolidar los procesos de formación y fomentar el desarrollo de emprendimientos productivos.
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