La batalla cultural no es un simple choque de ideas, sino una estrategia política para conservar el poder. A través de la desinformación y la ridiculización, los sectores más conservadores buscan frenar avances en derechos y perpetuar un status quo desigual. Mientras los debates se centran en temas ya saldados, problemas urgentes como la crisis ambiental y social quedan relegados.
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Por: Yamila Annacondia
No es casualidad que, en tiempos de crisis, se revivan debates que creíamos superados. Como advirtió Simone de Beauvoir: «Bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Esos derechos nunca se dan por adquiridos». En este escenario social y político, viejas discusiones vuelven a surgir y copan la agenda mediática, distrayendo la atención de cuestiones centrales para la calidad de vida de los y las argentinas.
Se propone quitar la figura penal del agravante por femicidio, cuando en Argentina una mujer es asesinada cada 27 horas por razones de género*. Observamos cómo se deslegitima la Educación Sexual Integral, exigiendo que la misma sea abordada por la familia, cuando el 80% de los abusos infantiles ocurren dentro del círculo familiar**. Desconociendo que entre el 70 y el 80 por ciento de los niños, niñas y adolescentes que denunciaron haber sufrido algún delito contra la integridad sexual, lo hicieron luego de haber recibido clases de Educación Sexual Integral (ESI) en la escuela, según el Ministerio Público Tutelar***. Esto solo por mencionar algunas de las tantas cuestiones que circulan a diario.
Antonio Gramsci explicó claramente que el poder se ejerce, principalmente, a través de la hegemonía cultural. Las derechas en el mundo entienden bien que quien domine las narrativas y los discursos sociales será capaz de controlar cómo entendemos el mundo y puede, por lo tanto, transformarlo.
Anuncios de alto impacto y confusión
Eliminar los cupos laborales, salir de la Organización Mundial de la Salud, asociar la homosexualidad con el abuso sexual infantil, amenzar con prohibir los tratamientos de hormonización para jóvenes transgénero. Estas fueron las principales declaraciones de tan solo la última semana.
El objetivo de los anuncios de alto impacto social y político que vivimos desde hace un tiempo en voz del oficialismo y sus voceros en los medios de comunicación, es introducir ideas controversiales de forma ambigua y medir el impacto social que generan. De esta manera, prueban y corren los límites de lo socialmente aceptable. Si la respuesta no es tan fuerte o la controversia disminuye en el tiempo, estas ideas comienzan a afianzarse y se genera una nueva avanzada contra los derechos de las poblaciones más vulneradas. Si en algún caso la controversia es demasiado grande, apelan a la ambigüedad del primer comunicado para desdecirse, aunque no siempre lo hagan de forma coherente.
De esta forma también logran manejar la agenda mediática y monopolizarla, evitando que se hable de temas que no les sean favorables o que la oposición y los distintos sectores sociales logren instalar una agenda propia.
Mientras se prende fuego El Bolsón y es la propia sociedad, por medio de donaciones y apoyos de distinto tipo, la que se hace presente ante la emergencia, el gobierno se luce por su inacción y aprovecha las instancias públicas para reinstalar debates ampliamente saldados, generando aún más división y tensión social.
¿Qué hay detrás de la “batalla cultural”?
La llamada batalla cultural busca recuperar un status quo que perpetúe una sociedad clasista, racista, machista y heteropatriarcal. En esta disputa, las derechas utilizan términos como «woke»**** como un arma para ridiculizar y deslegitimar los avances en materia de derechos humanos. En Estados Unidos, hay universidades donde se queman libros sobre diversidad y género, y en Argentina se intenta prohibir canciones como «Hay secretos» de Canticuénticos, que fomenta espacios de confianza para que las infancias puedan hablar sobre abusos. No es la palabra en sí lo que incomoda, sino lo que representa: una conciencia crítica que desafía los privilegios y exige cambios estructurales.
Controlar la forma en la que nombramos el mundo es controlar la forma en la que lo entendemos y lo performamos. Por eso, lo que aparenta ser una batalla discursiva es, en realidad, una ofensiva estructural que busca echar por tierra los avances en términos de derechos que, con mucho esfuerzo, logramos conseguir.
Estar despiertos
Frente a esto, la respuesta no puede ser solo defensiva; debemos reafirmar nuestras conquistas y seguir ampliando los horizontes de justicia e igualdad. Mantenerse «woke» no es una exageración, es resistencia.
Si permitimos que instalen sus términos, que definan las características del debate público y colmen la agenda con sus propias intenciones, habremos perdido la batalla. No se trata solo de responder a cada provocación, sino de sostener nuestra propia agenda y defender, sin concesiones, el derecho a un futuro más justo e igualitario. En lugar de limitarnos a reaccionar, debemos seguir construyendo nuevas narrativas que nos permitan avanzar, sin perder de vista que la verdadera batalla es por transformar la realidad, construyendo un presente justo, equitativo y solidario para todas las personas.
* : En Argentina en el año 2024, 318 víctimas de violencia de género. Una cada 27 horas. Según datos de La Casa del Encuentro. https://www.lacasadelencuentro.org/
** : Según datos del Ministerio Público Tutelar.https://mptutelar.gob.ar/el-80-de-los-casos-de-maltrato-y-abuso-ni-os-es-intrafamiliar
*** : Fuente: https://mptutelar.gob.ar/casi-80-de-los-ni%C3%B1os-v%C3%ADctimas-de-abuso-sexual-denunciaron-ra%C3%ADz-de-las-clases-de-esi
**** : El término «woke» nació del activismo afroamericano como un llamado a estar despiertos frente a las estructuras de opresión.
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