Apicultores de las comunidades de Yyporã, Yhovy y Takuapi, cosecharon y extrajeron de los panales 50 kilos de miel, resultado del esfuerzo conjunto entre las familias mbya guaraní y el Proyecto Fortalecimiento Mbya de la Fundación Hora de Obrar.
Esta iniciativa de la Fundación Hora de Obrar, acompañada por la Fundación Padre José Marx y el Profesorado en Ciencias Agrarias (PROCAyPA), refuerza tanto la economía familiar como la preservación del ecosistema. Representa un avance significativo para la producción agroecológica y la soberanía alimentaria de las comunidades mbya guaraní de la zona de Ruiz de Montoya.
A lo largo del último año integrantes de diversas comunidades participaron en talleres prácticos sobre cría de abejas y manejo de colmenas, aprendiendo técnicas que permiten garantizar la conservación de las colonias y optimizar la producción de miel. Además, se llevaron a cabo tareas de trasiego, que consiste en trasladar colmenas en riesgo desde troncos caídos o construcciones antiguas hacia cajones de madera, asegurando su protección y multiplicación.
La apicultura juega un papel clave en la restauración ambiental y la biodiversidad, ya que las abejas cumplen una función esencial en la polinización de especies nativas. Con esta primera gran cosecha, las familias mbya no solo acceden a una fuente de alimento sano y la posibilidad de generar ingresos sostenibles, sino que también fortalecen su conexión con la tierra y consolidan la apicultura como un pilar de su producción agroecológica.
Con más de 44 hectáreas cultivadas y un creciente interés por el intercambio de semillas y la capacitación en frutihorticultura, las comunidades mbya de Ruiz de Montoya consolidan su producción agroecológica con el apoyo de la Fundación Hora de Obrar.
Durante el último año, el Proyecto Fortalecimiento Mbya acompañó a 17 comunidades mbya guaraní en el desarrollo de su producción agroecológica, con el objetivo de impulsar la soberanía alimentaria y la generación de ingresos a través de la venta de excedentes. Se cultivaron un total de 44,3 hectáreas con mandioca, maíz, batata, zapallo, sandía y otros cultivos tradicionales. Las familias mbya fortalecieron su autonomía productiva y consolidaron prácticas agroecológicas sostenibles.
Uno de los hitos fue la entrega de semillas a 121 familias, sumado al trabajo de preparación de suelos en 13 comunidades con el apoyo de la Municipalidad de Ruiz de Montoya y la Fundación Padre José Marx. Además, el relevamiento socio-productivo reveló que el 64% de los productores manifestaron interés en participar en intercambios de semillas, mientras que el 47% solicitó capacitaciones en producción frutihortícola, lo que abre nuevas oportunidades de formación y mejora en la producción.
Gracias a este proceso de acompañamiento técnico y fortalecimiento productivo las comunidades no solo aseguran su alimentación, sino que también avanzan en la comercialización de sus excedentes, diversificando sus fuentes de ingreso. Con la mirada puesta en 2025, el proyecto prevé continuar con la asistencia técnica, la capacitación en cultivos y el fortalecimiento de la producción agrícola y pecuaria, reafirmando el compromiso con el desarrollo sustentable y la mejora en la calidad de vida de las familias mbya guaraníes.
Referentes y caciques Mbya Guaraní de Argentina, Bolivia, Paraguay y Brasil se reunieron en la Comunidad Indígena Mbya Mbarigui (Paraguay) para intercambiar saberes y debatir sobre justicia, derechos y estrategias frente a las violencias, en un espacio promovido por Hora de Obrar y Oguasu.
Durante el intercambio, las y los participantes debatieron temas fundamentales como el derecho consuetudinario, la relación entre la justicia tradicional y la justicia ordinaria, y estrategias comunitarias para abordar las distintas formas de violencia. Estos diálogos no solo fortalecen las formas organizativas tradicionales, sino que también refuerzan la conexión entre las comunidades Mbya a ambos lados de la frontera. Estas iniciativas forman parte del proyecto de Fortalecimiento mbya, que cuenta con el apoyo de Pan para el Mundo.
“Este tipo de encuentros son esenciales para seguir construyendo redes de cooperación que mantengan vivo nuestro legado cultural”, expresó uno de los referentes presentes.
Este espacio fue impulsado por la Fundación Hora de Obrar junto con Oguasu, una organización ecuménica de promoción social sin fines de lucro. Se trata de una cooperación que lleva más de 10 años promoviendo el fortalecimiento de las comunidades y la preservación de su identidad cultural.
A lo largo de la última década, estos intercambios internacionales han sido una herramienta clave para la continuidad de la cultura Mbya Guaraní, fomentando la transmisión de saberes entre generaciones y el desarrollo de estrategias conjuntas para enfrentar los desafíos actuales.
La Junta Unida de Misiones celebró su aniversario reafirmando su compromiso con la justicia, la memoria y los derechos de los pueblos originarios.
Fundada en 1964, la Junta Unida de Misiones (JUM) ha liderado iniciativas en salud, educación y desarrollo económico en el norte argentino. Su labor ha sido clave para promover la inclusión, la justicia y la sostenibilidad en la región, colaborando estrechamente con comunidades indígenas, instituciones locales y organismos estatales.
La emotiva jornada se llevó a cabo en el marco del XI Encuentro Anual de Derecho Indígena, reuniendo a representantes del gobierno local, funcionarios judiciales, miembros de las comunidades y representantes de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata, la Iglesia Evangélica Metodista Argentina, la Iglesia Evangélica Valdense del Río de la Plata y la Iglesia Discípulos de Cristo.
Reflexión, testimonios y arte comunitario
El evento incluyó la presentación de proyectos impulsados por la JUM y testimonios significativos, como los de familiares de víctimas de la Masacre de Napalpí, que recordaron las heridas del pasado y la necesidad de continuar luchando por memoria y justicia.
También se destacó la participación de jóvenes de las comunidades indígenas, quienes tomaron la palabra para compartir su visión a través del arte, enriqueciendo la jornada con expresiones culturales propias.
La JUM ha acompañado constantemente estos procesos, generando espacios de incidencia y sensibilización en temas centrales para las comunidades. En este sentido, el presidente de la JUM, Bladimir Coro, hizo un llamado a renovar las fuerzas y continuar trabajando en conjunto con los pueblos indígenas por el reconocimiento de su identidad y sus derechos ancestrales. Asimismo, el intendente de Juan José Castelli, Pío Sander, resaltó el rol histórico de la JUM como una luz de esperanza para las comunidades y la importancia de fortalecer este trabajo en el contexto actual.
Desde la Fundación Protestante Hora de Obrar celebramos estos 60 años de incansable labor de la JUM junto a las comunidades indígenas, un compromiso con la memoria, la identidad y los derechos de los pueblos originarios que es fundamental para una sociedad más justa e inclusiva. Esperamos que este trabajo continúe siendo un faro de justicia y transformación, y reafirmamos nuestra convicción de seguir acompañando y defendiendo estas causas para fortalecer el respeto a la diversidad cultural y los derechos ancestrales.
Plantarse y Hora de Obrar unieron esfuerzos para plantar 250 árboles nativos en la comunidad mbya-guaraní de Tape Miri, en Garuhapé, Misiones.
Más de 50 personas de la comunidad, entre adultos y jóvenes, trabajaron en equipo junto a Hora de Obrar para restaurar la vegetación alrededor de una vertiente clave para el abastecimiento de agua potable, contribuyendo a la preservación de este recurso natural esencial. Utilizando especies nativas como el cocú, el inga, el timbó, y el cedro misionero, la plantación no solo protege la fuente de agua potable, sino que también contribuye a mejorar la calidad del suelo, fomentar la biodiversidad y mitigar los efectos del cambio climático en la región.
Un esfuerzo de articulación y sostenibilidad
“La colaboración con Plantarse demuestra el impacto positivo de la participación empresarial en iniciativas ambientales y comunitarias,” explicó la ingeniera Mara Schedler del equipo técnico de Hora de Obrar. “Acciones como esta son cruciales para proteger los recursos naturales que sostienen la vida de las comunidades locales, y fortalecen el compromiso de las empresas con el desarrollo sostenible y la responsabilidad social”, agregó.
Esta iniciativa se enmarca en el Proyecto Crece Selva Misionera, impulsado desde 2020 por la Fundación Hora de Obrar para restaurar la biodiversidad de la Selva Paranaense y fortalecer la resiliencia de las comunidades locales. A la fecha, Hora de Obrar ha logrado plantar más de 350,000 árboles nativos en distintas áreas de Misiones, incluyendo reservas naturales y zonas habitadas por comunidades mbya y pequeños productores.
Este tipo de alianzas reflejan un modelo de articulación entre empresas, ONGs y comunidades, que promueve el bienestar social y ambiental y reafirma la importancia de la reforestación como herramienta de mitigación climática.
Para sumar a tu empresa a este tipo de iniciativas escribinos a desarrollo@horadeobrar.org.ar
Dos escuelas interculturales de la localidad misionera de El Soberbio participaron en una jornada educativa impulsada por la Fundación Hora de Obrar. La actividad forma parte del proyecto de reforestación de vertientes que busca preservar los recursos hídricos mediante el uso de especies autóctonas.
La Escuela Bilingüe Nº836 Tekoa Jejy y del Aula Satélite Yrapu reciben a más de 100 niños y niñas mbya guaraní del paraje La Flor. La semana pasada las comunidades plantaron 100 árboles nativos con acompañamiento de la Fundación Hora de Obrar, la municipalidad de El Soberbio y el INTA.
Para las comunidades mbya, la protección de las vertientes es vital. Mariela Fernández, agente sanitaria de la comunidad Yrapu, enfatizó que la escasez de agua es un problema creciente en la región: “hoy estamos muy agradecidos porque estos plantines ayudarán a mantener el agua potable, que es tan escasa en nuestras comunidades”.
José Bussiol, del INTA, explicó que “el objetivo es incorporar nativas para mejorar la captación de agua en zonas con vertientes que no tienen mucha cobertura de red”. Así se busca mejorar el acceso y calidad del agua en las comunidades mbya, que dependen directamente de las vertientes naturales. La reforestación también colabora en la regeneración de la biodiversidad local.
Hugo Torreblanca, docente del Aula Satélite Yrapu agradeció la iniciativa y destacó el compromiso de los y las estudiantes para cuidar los árboles plantados: “el trabajo no termina solo en la plantación. Ahora viene lo más difícil: cuidar estas plantas para que el día de mañana puedan contarle a sus hijos que esos árboles les brindan sombra y frutos”.
Por su parte Renato Sommer, director de Agro de la Municipalidad de El Soberbio, subrayó la importancia de esta iniciativa, afirmando que “el trabajo viene en conjunto desde hace meses. Hoy estamos plantando árboles en comunidades mbya y también en yerbales para proteger las vertientes”.
El rol de los árboles nativos en la protección de vertientes y la estrategia de reforestación de Hora de Obrar
Los árboles nativos desempeñan un papel fundamental en la protección de las vertientes y la conservación del agua. Gracias a sus profundas raíces, estos árboles mejoran la captación y almacenamiento de agua en el suelo, reducen la erosión y mantienen el equilibrio ecológico del entorno.
La entrega de plantines a productores y productoras locales, a escuelas y comunidades mbya forma parte de la estrategia de la Fundación para expandir la reforestación y concientizar sobre el rol clave de la reforestación de árboles nativos para la preservación del agua y mejorar la calidad del suelo.
Otro aspecto clave del proyecto Crece Selva Misionera es la articulación con diversas instituciones como el INTA, los municipios y también viveros locales que producen los plantines necesarios.
El proyecto, impulsado por la Fundación Hora de Obrar tiene como meta plantar 5.000 árboles nativos en la provincia de Misiones.
La Fundación Hora de Obrar lanza “Jajeupi Jaguejy” (Subimos Bajamos), un juego bilingüe dirigido a equipos docentes y de salud codiseñado junto a comunidades Mbya-guaraní de Misiones.
La Fundación Hora de Obrar presenta un nuevo recurso didáctico para trabajar junto a comunidades indígenas. En este caso el objetivo del material es abordar comunitariamente las diferentes formas de violencia. De esta manera “Jajeupi Jaguejy” (Subimos Bajamos) busca abrir espacios de diálogo constructivo sobre emociones y conductas saludables y dañinas.
La creación es fruto del esfuerzo conjunto de un equipo profesional interdisciplinario y el asesoramiento comunitario de líderes locales, garantizando que el juego sea relevante y accesible para las comunidades a las que se dirige.
Recoge la experiencia del trabajo de abordaje de la violencias en comunidades indígenas, de un equipo interdisciplinario e interinstitucional de la UNaM, SeNNAF, Dirección de Niñez y Adolescencia del Municipio de Ruiz de Montoya y el Centro de Atención Primaria de la Salud (CAPS Ruiz de Montoya) y la Fundación Hora de Obrar. En el proceso se trabajó en diálogo constante con el Aty Mburuvicha durante más de un año.
“Jajeupi Jaguejy” incluye un tablero ilustrado que muestra un recorrido que pasa por diferentes ámbitos cotidianos de las aldeas mbya: la escuela, la cancha de fútbol, el monte y el opi. Las tarjetas proponen diferentes consignas y preguntas lúdicas e informativas sobre salud sexual, prevención de las violencias y abusos, roles y estereotipos de género. Este enfoque permite a los y las participantes reflexionar sin temor a respuestas correctas o incorrectas, promoviendo así un ambiente de confianza y aprendizaje compartido. La guía bilingüe que acompaña el juego facilita su implementación en talleres comunitarios.
El recurso se desarrolló en el marco del proyecto Tape Pora cofinanciado por la Unión Europea y Pan para el Mundo, en colaboración con las comunidades indígenas Takuapí, Yvytu Porã y Ambay Poty.
Está inspirado en el juego Escaleras y Toboganes de “Experiencias para Armar. Manual para talleres en salud sexual y salud reproductiva”, de la Dirección de Salud Sexual y Reproductiva del Ministerio de Salud y Desarrollo Social de la Nación.
El proyecto Tape Pora subió al escenario del ciclo que celebra la alianza de la delegación de la Unión Europea en Argentina con la sociedad civil.
La Unión Europea invitó a la Fundación Hora de Obrar a compartir la experiencia del proyecto Tape Pora de la mano de su codirector, Javier Allara. Empleos Verdes Locales, Trama y Redes Chaco también contaron sus experiencias en un formato que busca difundir y visibilizar ideas, proyectos y personas para que pueden expandirse y crecer junto a otras.
Allara narró cómo una búsqueda personal lo llevó hasta la selva misionera y a involucrarse en el proyecto Tape Pora, con el que buscó promover una mejor calidad de vida para las comunidades indígenas mbya guaraní, con acceso a la educación, al agua, a la salud y a la justicia. Este viaje derribó fronteras y prejuicios, para darle la bienvenida a la verdadera transformación. La charla se puede revivir en el canal de YouTube de la Union Europea en Argentina.
El proyecto Tape Pora de la Fundación Hora de Obrar fue seleccionado en 2020 entre otros 370 presentados ante la UE. Entre los resultados más destacados, Tape Pora implementó 32 obras de luz y agua, redujo un 45% la deserción escolar en año en el secundario BOP 116, produjo material educativo bilingüe, capacitó a más de 1000 personas y fortaleció la salud integral indígena, facilitó el acceso a la justicia y también promovió la seguridad alimentaria a través de la producción de 470 toneladas de alimentos.
La delegación de la UE en Argentina creó el ciclo de charlas en 2021 con el objetivo de difundir y visibilizar ideas, proyectos y personas que pueden expandirse y crecer junto a otros, compartiendo su experiencia y tendiendo redes en sus entornos.
El 19 de julio de 1924 efectivos de gendarmería y policía asesinaron a entre 500 y 700 indígenas Qom y Moqoit en Chaco. El delito de lesa humanidad no tuvo condenas para los responsables políticos ni materiales. En el trasfondo la disputa por el territorio indígena. Darío Aranda escribe para Tierra Viva.
Foto: Telam
En la Fundación Protestante Hora de Obrar, nos comprometemos firmemente con la defensa de los derechos indígenas, un sector históricamente postergado y excluido en nuestra sociedad. Reconocemos la deuda que nuestra comunidad tiene con los pueblos originarios y apoyamos activamente su lucha por justicia y reconocimiento. En este marco, compartimos la siguiente nota para destacar la labor de la Junta Unida de Misiones (JUM) en el Chaco, acompañando a los pueblos qom, wichí y mocoví durante los últimos 60 años. Nuestra misión es recordar, visibilizar y apoyar el camino hacia la reparación y la justicia para las comunidades indígenas.
Por Darío Aranda*
Durante 45 minutos se escucharon los fusiles de los gendarmes y policías. Y también resonaron los gritos de cientos de indígenas Qom y Moqoit. Fue el 19 de julio de 1924, a las 9.30 de la mañana, en el Chaco. «Masacre de Napalpí», es el nombre histórico del hecho atroz. Por el asesinato de entre 500 y 700 indígenas no hubo condenados. La decisión de la matanza fue política y el motivo, tan vigente, el interés económico-empresario-gubernamental de exprimir los territorios indígenas. «La reparación tiene que ver con las tierras. Y el Estado es responsable», afirmó David García, del Pueblo Qom e integrante de la Fundación Napalpí.
Napalpí (el lugar hoy lleva el nombre de «Colonia Aborigen») está ubicada a 120 kilómetros de Resistencia. Allí funcionaba la Reducción de Napalpí, donde hombres, mujeres y niños eran obligados al trabajo esclavo. El Estado de entonces sometía a los pueblos originarios en «reducciones», donde el discurso oficial era «civilizar» al indígena. Pero Napalpí era una suerte de campo de concentración, donde reinaba la explotación, el sometimiento y la violación de derechos.
El Territorio Nacional del Chaco (aún no era provincia) ya se perfilaba como un gran productor de algodón: 50.000 hectáreas de cultivo y pretendía ir por más, de la mano de la demanda internacional. Estaba gobernado por Fernando Centeno y el presidente de Argentina era el radical Marcelo T. de Alvear.
Los libros históricos «Memorias del Gran Chaco» (de Mercedes Silva) y «Napalpí, la herida abierta» (de Vidal Mario) coinciden en describir el maltrato extremo y constante que sufrían los indígenas. Y la reconstrucción de aquel momento confirma que se habían organizado en reclamo de mejoras e, incluso, la posibilidades de irse a los ingenios azucareros de Salta y Jujuy.
Ese fue el motivo de lo que sobrevendría en la mañana del 19 de julio. El Regimiento de Gendarmería de Línea (en 1938 pasaría a llamarse Gendarmería Nacional) y la policía se movilizaron hasta Napalpí. Más de cien efectivos. Y a las 9.30 se inició el fusilamiento. Duró al menos 45 minutos. Pero no quedó solo allí: los efectivos avanzaron sobre los heridos, los remataron e incluso realizaron una cacería de semanas sobre los que habían podido escapar.
El 29 de agosto —cuarenta días después de la matanza—, el ex director de la Reducción de Napalpí, Enrique Lynch Arribálzaga, escribió una carta que fue leída en el Congreso Nacional: “La matanza de indígenas por la policía del Chaco continúa en Napalpí y sus alrededores; parece que los criminales se hubieran propuesto eliminar a todos los que se hallaron presentes en la carnicería del 19 de julio, para que no puedan servir de testigos si viene la Comisión Investigadora de la Cámara de Diputados”.
Marcelo Musante, sociólogo y parte de la Red de Investigadores/as en Genocidio y Política Indígena lleva más de quince estudiando lo sucedido en el Chaco. Y suele enumerar los nombres primarios de la matanza: el gobernador Fernando Centeno; el jefe de Policía Diego Ulibarrie; el comisario Roberto Sáenz Loza, el sargento Alejandro Verón y el administrador de la Reducción, Mario Arigó. También recuerda que el ministro del Interior de la Nación era Vicente Gallo.
«La Masacre de Napalpí fue una consecuencia de las características del sistema de disciplinamiento impuesto desde el Estado y los sectores privados de la región a los pueblos indígenas. La matanza continuó los días siguientes con la policía persiguiendo a la gente por el monte. Los relatos de las personas sobrevivientes son de espanto y crueldad. Asesinatos de niño/as y anciano/as, violaciones, mutilaciones y cuerpos quemados en fosas comunes. Durante mucho tiempo, la Masacre de Napalpí fue encerrada al olvido», describe.
Los diarios de la época —tan parecidos a los del presente— hablaron de «enfrentamiento». Musante recuerda que el diario La Nación, el día mismo de la masacre, publicó una nota mencionando telegramas de preocupación de la Cámara de Comercio del Chaco y de la Sociedad Rural al presidente Alvear, respecto al riesgo que podría correr la producción agrícola. El Ministerio del Interior mencionó en sus memorias que “dicha reducción (de Napalpí) sufrió grave retroceso por indígenas traídos de distintos puntos del territorio por agitadores de profesión que cometieron desmanes de todo género”. Musante aclara: «El indígena aparece como el culpable. Como el sujeto que se relaciona con ‘agitadores’ y pone en riesgos el desarrollo económico».
Una excepción fue el periódico Heraldo del Norte: “Como a las 9, y sin que los inocentes indígenas realizaran un solo disparo, hicieron repetidas descargas cerradas y enseguida, en medio del pánico de los indios (más mujeres y niños que hombres), atacaron. Se produjo entonces la más cobarde y feroz carnicería, degollando a los heridos sin respetar sexo ni edad”.
Memoria, verdad y justicia
Los responsables materiales e intelectuales nunca tuvieron condena. Ni estuvieron sentados en ningún banquillo de los acusados. Fue un crimen silenciado en Chaco (y mucho más en el resto del país). Gracias, sobre todo, a la propia organización de las comunidades indígenas fue que se avivó la memoria. También colaboraron —desde distintos lugares— historiadores, investigadores, docentes y periodistas. Fue vital la conformación y el trabajo de la Fundación Napalpí, que siempre exigió justicia por la masacre.
Juan Chico, historiador qom, nacido y criado en el lugar de la matanza y parte de de la Fundación Napalpí, fue un activo militante por la memoria y la justicia. Escribió (junto a Mario Fernández) el libro «Napalpí. La voz de la sangre». Siempre recordaba que los asesinados fueron al menos 700 personas (mucho más de los 200 que mencionan los diarios de la época) y valorizaba que en el Chaco se hablara cada día más de la masacre de indígenas. Y solía trazar un paralelo con el presente: “Argentina ha avanzado mucho respecto de los derechos humanos, pero pareciera que los indígenas tenemos derechos humanos de segunda, parte de la sociedad nos sigue considerando inferiores y nuestro genocidio sigue invisibilizado”.
El Estado chaqueño pidió públicamente perdón en 2008
En 2022 se realizó, en tribunales federales, un «juicio por la verdad» por Napalpí. En palabras del mismo Tribunal, “tuvo la finalidad de conocer la verdad de los acontecimientos, calificado por la Fiscalía como delito de lesa humanidad, ejecutado por el Estado y civiles, con el fin de acallar la protesta de los pueblos indígenas por mejores condiciones de trabajo”. El debate no buscó responsabilidades penales, sino hacer una determinación judicial de los hechos y conocer la verdad de lo acontecido.
Este tipo de juicios tiene su antecedente en los procesos judiciales por los hechos de la última dictadura cívico-militar, mientras estaban vigentes las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. En el caso de Napalpí las personas que debieran ser juzgadas ya estaban fallecidas, pero el proceso sirvió para establecer la responsabilidad del Estado en la violación a los derechos humanos.
«Napalpí fue parte de un plan sistemático para destruir a los pueblos indígenas«, señaló el qom David García en el marco del juicio. El Juzgado Federal N°1 de Resistencia, a cargo de Zunilda Niremperger sentenció que existió responsabilidad del Estado argentino en el asesinato de entre 400 y 500 personas de los Pueblos Qom y Moqoit. «La masacre fue un delito de lesa humanidad cometido en el marco de un proceso genocida de los pueblos indígenas», estableció la jueza Niremperger.
La sentencia reclamó al Estado Nacional medidas reparatorias para esos pueblos en materia de políticas de salud, de educación, de capacitación a las fuerzas de seguridad en diversidad cultural y de construcción de memoria sobre los hechos. Pero no se aludió a la reparación en materia de restitución de tierras a las comunidades.
La Jueza confirmó la categoría de delitos de lesa humanidad para la represión, la matanza y la persecución que constituyó la Masacre de Napalpí, “cuya imprescriptibilidad posibilita que a pesar del tiempo transcurrido se pueda investigar, y de ese modo procurar su reconstrucción desde una perspectiva histórica”.
El 11 de julio, en la ciudad de Buenos Aires, se realizó una jornada titulada “Napalpí. A 100 años de la Masacre”, donde no sólo se conmemoró lo sucedido en 1924 sino que también se analizaron las implicancias en el presente. Tuvieron la palabra integrantes de los pueblos Qom y Moqoit, de la Fundación Napalpí, historiadores, abogados y antropólogos, entre otros.
Estuvo presente García, de la Fundación Napalpí: «Nuestros hermanos siguen con muchas necesidades, sin trabajo, dependiendo muchas veces de la entrega de comida. Necesitamos el territorio suficiente y políticas de apoyo para vivir dignamente». Este 19 de julio, a cien años de la matanza, habrá actos en Resistencia y en Colonia Aborigen (como fue renombrado el lugar por el Estado), donde sucedieron los crímenes.
Un modelo económico-político y un proceso genocida que no termina
La (mal) llamada «Conquista del Desierto» es la más conocida de las campañas militares contra los pueblos originarios. Pero no fue la única. También hubo una campaña al oeste (Cuyo) y otra al norte, también llamada del «Desierto verde». Cada una tuvo su particularidad, pero todas coincidieron en atentar contra la vida indígena y apropiarse de sus territorios. ¿El objetivo? Incluir esas tierras al mercado capitalista, a la «producción», obtener dinero, aunque implique miles de vidas.
La Red de Investigadores/as en Genocidio y Política Indígena acuñó una definición que señala que los pueblos indígenas sufren un proceso con prácticas genocidas que aún no terminó, donde los campos de concentración (desde Valcheta a Martín García), las matanzas (desde Napalpí a Zapallar o Rincón Bomba) tienen un punto una continuidad histórica en las muertes por desnutrición y enfermedades evitables en comunidades de Salta, o en la represión que padece el Pueblo Mapuche, en los asesinatos del diaguita Javier Chocobar o Rafael Nahuel. En el mismo Chaco, un siglo después, el avance de la frontera agropecuaria avanza sobre bosque nativos y, al mismo tiempo, viola derechos de indígenas y campesinos. Siempre con la complicidad del poder político y Judicial.
Ni el genocidio indígena ni Napalpí tuvieron reparación. El motivo es simple: todo intento de hacer justicia para los pueblos indígenas debe incluir —por la propia demanda originaria— el territorio. Y, sin distinguir color político, los gobiernos prefieren esas tierras para el extractivismo (petrolero, minero, forestal, agropecuario).
Aún así, como desde hace generaciones, los pueblos indígenas seguirán exigiendo lo que los hace ser quienes son: el territorio. Para cuidarlo, sembrarlo, para convivir.
Este Encuentro de Diálogo de Restauración del Paisaje de la Ecorregión del Alto Paraná se llevó a cabo del 29 al 31 de julio y reunió a diversos actores de Argentina, Brasil y Paraguay. El objetivo fue generar un plan de acción con perspectivas estratégicas para revertir el desmonte y proponer soluciones de restauración a largo plazo, integrando a todos los sectores involucrados, el sector privado, el Estado, ONGs, comunidades originarias, productores y campesinos locales.
De izquierda a derecha: Nahuel Gravano, Hugo Ocampo, Adriana Benítez, Marcelo Morinigo, Romario Dohmann, Dario Dorsch, Claudio Morinigo.
La Fundación Hora de Obrar aportó su perspectiva basada en su experiencia trabajando con comunidades de fe y pueblos originarios en Misiones. Esta experiencia se integra en la Red Trinacional, contribuyendo tanto con conocimientos técnicos como con una cosmovisión indígena enriquecedora, gracias a la participación de referentes mbya en los grupos de trabajo del encuentro.
«El objetivo principal es generar un plan de acción integral que aborde los desafíos del desmonte y promueva la restauración a largo plazo», afirmó Nahuel Gravano, responsable de proyectos ambientales y sociales de Hora de Obrar.»Desde nuestra organización, estamos aportando nuestra experiencia en la vinculación con comunidades de fe y pueblos originarios, así como los conocimientos técnicos adquiridos a través de nuestros proyectos”.
La Red Trinacional de Restauración del Bosque Atlántico busca promover acciones organizadas y fortalecer las estrategias territoriales en Argentina, Brasil y Paraguay. Con más de 30 organizaciones y 20,525 hectáreas en proceso de restauración, esta red ha sido seleccionada como uno de los primeros 10 proyectos emblemáticos del Decenio de Restauración de las Naciones Unidas. Este reconocimiento destaca la importancia de la restauración del Bosque Atlántico y proporciona mayor visibilidad y apoyo a las iniciativas actuales, alineadas con el Plan de Acción del Decenio para América Latina.