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Los derechos humanos y la perspectiva de género son blanco de descalificación y noticias falsas. ¿Por qué defendemos educación sexual integral y qué tiene que ver con la democracia en Argentina?

Por Fabián Dinamarca
Coordinador de Programas y proyectos de la Fundación Hora de Obrar

Consensos básicos cuestionados

El pasado 30 de agosto volvimos a encontrarnos con docentes, equipos de orientación escolar y capellanías de 15 instituciones educativas de la ecumene protestante en la cuarta edición de la Mesa de Colegios Evangélicos por la Educación Sexual Integral (ESI). Entre las preocupaciones y temáticas que abordamos, hablamos de la necesidad de “volver a lo básico”. ¿Qué quiere decir esto? 

Las diversas comunidades educativas identifican una debilidad y una necesidad de reforzar aspectos que deberían ser un consenso consolidado pero que lamentablemente no lo son, o por lo menos, están en algún nivel de crisis o tensión en esta etapa de nuestra sociedad. Y no se trata de aspectos menores, sino de definiciones que son cimientos, base y punto de apoyo de nuestro trabajo no sólo en el plano educativo sino en todas las expresiones en lo social, de la diaconía basada en derechos. 

Nos referimos específicamente a dos grandes definiciones: los derechos humanos y la perspectiva de género vienen siendo el centro de discursos de desprestigio, descalificación y noticias falsas que han logrado calar en el sentido común de parte de nuestra sociedad amenazando, no sólo al trabajo sobre ESI, sino los consensos básicos de esta etapa de la democracia en Argentina.

La dignidad y el respeto como valores fundamentales 

Repasemos estos conceptos en términos históricos y pongamoslos en relación con el sistema educativo.

El contexto de surgimiento de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en el año 1948, estaba atravesado por el impacto de la segunda guerra mundial. La crueldad y vulneraciones de la dignidad humana ocurridos en esta guerra incidieron en la construcción de un consenso internacional sobre lo que los países debían proteger y no volver a permitir, expresado a través de las Naciones Unidas. 

Así surge este marco ético internacional que reconoce la dignidad de todas las personas. La Argentina suscribió la Declaración Universal en 1948, y en 1994 la incorporó a la Constitución Nacional en el artículo 75 inciso 22, con el conjunto de Declaraciones, Tratados y Pactos Internacionales sobre derechos humanos.

Es interesante detenerse en la lectura del preámbulo, los fundamentos y otras secciones de este breve documento compuesto por 30 artículos. En uno de los apartados de la Declaración Universal de DDHH hay un llamado a la difusión en el sistema educativo de los países, invitando a que el texto sea “distribuido, expuesto, leído y comentado en las escuelas y otros establecimientos de enseñanza”.

Saltemos ahora tres décadas en el tiempo, cuando el concepto de derechos humanos es resignificado y apropiado por la sociedad argentina post-dictadura en el inicio de la etapa democrática de 1983 bajo un principio y un consenso: el “Nunca Más” al terrorismo de Estado y el jucio a las juntas militares fue la forma en que nuestra sociedad procesó la etapa dictatorial finalizada y estableció límites y marcos al accionar del Estado. 

En uno y otro caso, la Asamblea de las naciones en 1948 y la sociedad argentina en 1983, plantean un ideal social de dignidad y respeto de la persona humana con fuertes bases éticas y valores subyacentes, que debían a su vez ser transmitidos y plasmados en la formación de las personas, en los sistemas educativos, en las ideas que generaciones adultas debían transmitir a las nuevas.  

No está de más recordar que la promoción de los DDHH es parte de las definiciones y principios plasmados en el estatuto de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata (IERP), y que esto fue trasladado a su vez a los objetivos de su organización diacónica: la Fundación Protestante Hora de Obrar.

El papel de la educación en la construcción de ciudadanía en cada época

Esto nos lleva a otro de los conceptos que nos interesa trabajar, y es que el sistema educativo tiene una relación intrínseca y necesaria con la transmisión de valores, ideas predominantes y necesidades de una época. 

Pensemos en el momento fundacional del sistema educativo argentino a fines del siglo XIX y las necesidades a las buscaba dar respuesta. Estamos hablando de la llamada Generación del 80 en cuanto al liderazgo político, el proceso de construcción de una nación tras décadas de guerras civiles y delimitación territorial de un todavía muy joven país, la necesidad de insertar a ese país en el concierto internacional, mientras la mayor parte de la población provenía de procesos migratorios masivos. El sistema educativo diseñado en ese contexto debía aportar a la formación de personas desde una concepción de ciudadanía relacionada a proyecto y a esa etapa de la sociedad.

En la actualidad, la Ley de Educación Nacional 26.206 vigente, establece, en el artículo 3, que la educación es una prioridad nacional y se constituye en política de Estado para construir una sociedad justa, reafirmar la soberanía e identidad nacional, profundizar el ejercicio de la ciudadanía democrática, respetar los derechos humanos y libertades fundamentales y fortalecer el desarrollo económico-social de la Nación.

Qué tiene que ver la educación con los géneros

Todo proceso formativo de personas, y por lo tanto el sistema educativo, tiene intencionalidades, valoraciones, contenidos que exceden la mera transmisión de conocimientos “objetivos”. La educación aporta a determinada construcción de ciudadanía, a formar personas con determinados atributos y valores. Algo más que evidente en las instituciones educativas de origen confesional, como las que nos reunimos en la Mesa de Colegios Evangélicos por la ESI.

Y en estos procesos de formación de personas, la educación juega un rol fundamental en términos de géneros. Es decir, en la producción y reproducción de determinadas formas de ser varones y mujeres, de modelos e ideales de familia y de expectativas y roles a cumplir en la sociedad.

Si se analizan como ejemplo materiales escolares de la España de 1939, en plena dictadura franquista, se evidencia su marcado autoritarismo y su integrismo católico. Desde la temprana infancia se enseñaba a las niñas a respetar su “tradicional rol de madre, hija y esposa”, y un modelo familiar centrado en el varón/esposo, autoridad, proveedor y al que esposa e hijos/as debían servir. 

Este ejemplo histórico es muy gráfico sobre cómo el sistema educativo tiene un rol fundamental en reproducir determinados estereotipos y roles de género. En tiempos en que se habla tanto de “ideología de género”, si hay algo que aplica a una definición semejante es imponer roles fijos, estereotipados y que violentan la libertad de las personas, transmitidos por canales doctrinarios, autoritarios, castigando toda forma de transgresión de ese mandato presentado como “natural” o “mandato divino”, como ocurría en esa educación del contexto de la dictadura franquista.

¿Ideología es mala palabra?

La idea de este recorrido histórico, entre muchos otros posibles, tiene que ver con aportarnos insumos para pensar la actualidad de nuestra sociedad argentina y los ataques a la Educación Sexual Integral y a todo lo que involucre una perspectiva de género bajo la acusación de que es una “ideología”.

Acusación que, además de provenir desde sectores que claramente tienen una visión y una posición ideológica ante las políticas de derechos humanos y de ampliación de derechos de las mujeres y diversidades (es decir, que claramente tienen su propia “ideología), es algo que, como se dice coloquialmente: “embarra la cancha”.  

Y esto porque partimos desde la tesis de que SIEMPRE los objetivos, lineamientos curriculares, el sistema educativo en su conjunto está atravesado por valores, idearios, ética. Es decir: de algunas de las dimensiones de lo que llamamos ideología. 

El punto es que hay diferencias cualitativas entre las propuestas democráticas, liberadoras, que aportan a una vida plena para todas las personas, y las propuestas que imponen, violentan, reducen las posibilidades y reproducen los cimientos de las opresiones.

No es lo mismo reproducir estereotipos de género que cuestionarlos, problematizarlos, preguntarnos de dónde vienen y si son la única posibilidad para nuestra vida.

No es lo mismo imponer roles, formas de ser y de vivir el cuerpo, la identidad, las elecciones sexuales y afectivas, que respetar, alojar, acompañar la diversidad de realidades y posibilidades.

No es lo mismo reconocer la dignidad e integridad de toda persona que rechazar, reproducir discursos de odio y reprimir lo que “salga de la norma”.

La ESI contribuye a hacer la diferencia, y que es una ley -entre otras herramientas, políticas públicas y procesos de movilización social- que busca desandar y desarticular los mandatos, los estereotipos y las formas de relación que promueven violencias naturalizadas durante siglos en nuestras sociedades y en nuestras vidas. Pensar con perspectiva de género es fundamental para conocer, identificar, problematizar cómo funcionan -cómo funcionamos- esos mecanismos y buscar su transformación.  

Lo “básico” que estuvimos recorriendo brevemente en este artículo, que fue preocupación y necesidad de conversaciones con los colegios de las iglesias, sigue siendo imprescindible para una vida libre de violencias, que es un derecho, un valor, un principio que en tiempos en los que la violencia ocupa vez más espacio en las relaciones humanas, es fundamental seguir defendiendo.  

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