Mensaje sobre Juan 9,1-7
Por Jorge Weishein
Estimadas hermanas,
Estimados hermanos,
que el espíritu de Dios nos abra los ojos para ver y entender su mensaje de vida nueva en medio nuestro. Amén
Este texto, en lo personal, me significa un desafío enorme. Creo que básicamente se debe a implicancias de índole personal y familiar que han arrasado buena parte de mi vida tanto familiar como laboral. La salud de una persona de la familia condiciona todo.
Cuando este problema de salud es “desde el nacimiento” son tantas las situaciones y momentos que se viven que difícilmente resulte perceptible para quien lee esta historia bíblica lo que significa esa sola expresión “de nacimiento”. Desde el impacto del diagnóstico en la familia (angustia, una aguja clavada en la carne) hasta todos los cambios de hábitos, la reorganización familiar y las renuncias, que una y otra vez, son necesarias para adaptarse a esa nueva realidad. En estos casos, resulta sumamente necesario una pastoral evangélica empática, que escuche, que acompañe, que sostenga de forma solidaria. Escuché tantas veces, “bueno, pero ya está mejor, ya se va a curar, mirá cómo avanza la ciencia, no te preocupes, Dios sabe lo que hace…” La verdad no se ni lo que hace la ciencia ni lo que hace Dios, y tampoco se si saberlo me resuelve alguna pregunta…
Ninguna de estas frases me convence de nada porque el problema no es si creo o no si la ciencia o Dios lo pueden resolver. Esos aspectos médicos siempre tan provisorios del día a día, con sus estabilidades e inestabilidades, sus progresiones y regresiones, sus aciertos y sus errores, permiten aprender con toda la incertidumbre que esto significa, la enorme vulnerabilidad y precariedad de la vida humana. Nada más cierto que la imagen bíblica de la flor que florece a la mañana y se marchita a la noche. Esto que digo, yo sé que no está de moda. La tendencia cultural es negar esta realidad. La gente siempre quiere ser positiva, y admitir que la vida es frágil no es positivo en nuestra cultura. Pido disculpas, a quien se pueda sentir afectado por estas palabras. Este texto me toca de manera demasiado profunda y personal.
En mi humilde intento de comprensión de la reflexión de Jesús con sus discípulos entiendo esto: la vida es tan frágil que no es viable ni factible sin la manifestación permanente de la gloria de Dios en medio nuestro. En el caso de una enfermedad esto es tan evidente que cada pequeña certeza es un grito de alegría y de lágrimas de emoción en los ojos. En estos casos en los que reina de por vida la incertidumbre, nunca se vuelve tan cierto aquel refrán que dice: un día cada día, paso a paso, “cada día trae su propio afán”. Esto es tremendamente incómodo, por todo lo que genera alrededor de las personas afectadas. Resulta difícil proyectarse hacia el futuro y tomar decisiones, sobre todo, importantes. Aún más en una cultura que exige objetivos, proyectos, resultados. A esto se suma la competencia, que nunca falta, desde la envidia de quienes consideran que su situación es mucho más grave y amerita mayor atención, hasta la insensibilidad de quienes no tienen la más mínima consideración de nada y no le interesa saber más nada, nada más que sí mismos. La situación de vulnerabilidad en la que se vive en estos casos hace sumamente difícil manejar, además de la situación suficientemente compleja que se vive cada día, todas, todas las miserias humanas que se generan en el entorno, entre familiares y amigos.
Los discípulos se hacen una pregunta que no deja de resonar aún en el corazón de la persona más creyente: “¿de quién es la culpa?” Es una manera de tratar de explicar por qué pasa esto, es un intento de darle una explicación, es una búsqueda de poder racionalizar la misma existencia humana, es un intento de poner en duda que esto pueda pasar y que esto pueda incidir en las decisiones de una persona gran parte de su vida. He atravesado esa pregunta infinidad de veces. He pasado días y meses tratando de entender la enfermedad, cómo funciona, cuáles son las proyecciones y probabilidades buscando alguna respuesta, alguna certidumbre, alguna verdad. Nunca encontré las preguntas para esas respuestas.
Las ofertas de cura más variadas aparecen de forma permanente, más en culturas donde la religiosidad popular está tan ligada a la salud y donde los sistemas de salud son tan precarios como en nuestros países. La mayoría de la población sabe y siente que es un poco y poco, un poco de ciencia y otro poco de todo lo que pueda aportar la persona enferma y su familia. Todos tenemos nuestro “estanque de Siloé” donde vamos a lavar nuestras culpas y miedos, nuestras impurezas y heridas, aunque sea por las dudas. En algunos casos, hasta la propia charla pastoral y la oración en la iglesia funcionan como un aliciente para seguir manteniendo esperanzas de soluciones que sólo Dios sabe si son viables y posibles. ¡Cuántas veces dejamos escupirnos y embarrarnos los ojos con las promesas más increíbles! ¡Cuántas veces vamos hasta los lugares más recónditos en busca de las respuestas más insólitas!
Esta situación pone a la persona ante la realidad de sus propios límites. Dios es interpelado desde la bronca, el miedo, la confianza, la esperanza. Todo junto, de a ratos, como sale y se puede. La obra de Dios es una esperanza permanente, a veces más evidente, a veces apenas perceptible. En muchos casos, es motivo de oración, de compasión, de piedad, de comprensión, de solidaridad, de afecto, de empatía, … En otros casos, es motivo de desesperación, de confrontación, de aislamiento, de silencio, de negociaciones increíbles con Dios mismo. El libro de Job es un gran manual de estas luchas.
La vida está en manos de Dios. La vida nos trasciende completamente, la muerte aún mucho más. La obra de Dios se hace evidente en la fragilidad, así como la luz más pequeña se percibe en la noche más oscura.
En cada una de estas situaciones es posible que quien no ve más allá de sí mismo no perciba todo lo que pasa a su alrededor, sin embargo, la vida se moviliza desde distintos sectores y con diferentes motivaciones todo el tiempo. Todo esto hace posible transitar esa precariedad sin perecer en el intento. La fragilidad se sostiene hasta que la vida gana fuerza ante la muerte. La obra de Dios se percibe a los ojos de la fe pero esos ojos están tantas veces llenos de lágrimas y mirando al suelo que no pueden ver la luz del día y cuántas personas, sentimientos, oraciones, cuidados, medicamentos, tratamientos, están sosteniendo esa condición de la existencia humana, ahora tan desnuda, hasta que la propia persona pueda vestirse nuevamente de normalidad y esconder y tapar lo que a los ojos de Dios es evidente y claro como la luz del día. ¡En medio de muchos miedos también he sido testigo de la solidaridad y el cariño de mucha gente! ¡Cuánta misericordia ha derramado Dios en nuestras vidas aún cuando la muerte parecía tener la última palabra! Estos actos de fe -en muchos casos de personas absolutamente ajenas a nuestras vidas- nos permitieron una y otra vez seguir adelante, seguir buscando, seguir luchando, confiar en que realmente no estamos solos.
Cada situación de dolor y enfermedad no son sino señales o fisuras a través de las cuales se filtran de pronto lo que siempre hemos sido debajo de la corteza del orgullo, de la autocomplacencia, de los propios deseos, los propios proyectos de vida, todo eso que se cae de un día para el otro cuando nos enfrentamos a la realidad más dura. Cada una de estas situaciones no son sino una nueva oportunidad para renovar una vez más nuestras esperanzas, nuestra relación con la fuente de la vida, para calibrar la mirada y afinar la escucha de la palabra de Dios. ¡El reino de Dios está presente en medio nuestro!
Estimadas hermanas y estimados hermanos, el evangelio de Jesucristo nos convoca una vez más a ser testigos de su gloria en el mundo, en medio de nuestro pueblo, nuestras comunidades, a ver lo que Dios ve con sus ojos, para ver a los ojos de la fe, para ir al encuentro de cuanta persona está enfrentando su condición humana existencial de la forma más cruda, para ser allí testigas y testigos de la gloria de Dios, acompañando, escuchando, sosteniendo, colaborando, para que esta comunión sea motivo de confianza, para que al ver el bien que hacemos la cultura de este mundo deje de tapar y negar, y crea, para revestirse de Cristo.
Que así sea, amén.